Defensoras de la tierra y activistas climáticas directamente afectadas por la emergencia climática comparten su vivencia dentro de la COP30. Contar con la valiosa acreditación de la Conferencia del Clima no es suficiente para hacerse escuchar en el macroevento del capitalismo verde.
Artículo de Anna Celma, técnica de comunicación del Observatori del Deute en la Globalització
La localización de la 30ª Cumbre del Clima de las Naciones Unidas (COP30) en Belém do Pará, la puerta de entrada al Amazonas, ha permitido confluir a más de 40.000 acreditadas de 189 países, 3.000 indígenas alojados en el espacio Aldeia COP30 y 23.000 participantes de la Cúpula dos Povos (Cumbre de los Pueblos), que ha reunido a pueblos originarios, quilomberas, ribeirinhas y primeras naciones junto a activistas y movimientos sociales de más de 60 países. Son cifras permeables, ya que miles están participando simultáneamente en los espacios, con un calendario de vértigo que mezcla asambleas, side events, protestas, movilizaciones sociales y mesas de negociación oficial.
La “COP de la Amazonía” ha visto varias protestas, incluidas la más mediática, del pueblo indígena Mundurukú adentrándose en el recinto de la conferencia en el Parque da Cidade, y la multitudinaria manifestación el sábado 15, con más de 60.000 personas convocadas por la Cúpula dos Povos, Una marcha histórica que, sin embargo, no llegó ni a acercarse al perímetro del recinto de la Blue Zone de la COP, reservada a participantes con acreditación. De hecho, el recinto está totalmente rodeado por una Red Zone cortesía de las diferentes fuerzas de seguridad que impiden el paso a quien no tenga acreditación, añadiendo una capa más de militarización al evento.
Alfombra azul para los lobbies fósiles
Sí ha podido acceder a la Zona Azul una representación de los rostros de quiénes viven en carne propia la emergencia climática: más de 900 delegadas indígenas, de un total de 3.000 alojadas en la Aldeia COP30 organizada por el Gobierno brasileño, a las cuáles se suman 1.061 delegadas de los países más afectados por la emergencia climática. Sin embargo, la alfombra “azul” de bienvenida ha sido para la indústria fósil, que cuenta con más de 1.600 lobbistas acreditados, invitados por delegaciones de los países negociantes. Como denuncia la campaña #KickOutTheSuits, este sector ha recibido más acreditaciones que las poblaciones más afectadas por el cambio climático.
De hecho, llegar a una COP requiere muchos privilegios: tener acceso a algunos pasaportes garantiza que podrás saltarte los obstáculos de pedir una visa en tiempo récord, y no todos los países cuentan con una estabilidad que facilite la burocracia. Las acreditaciones han sido pocas, y se han entregado apurando al límite el calendario logístico. Los precios desorbitados del viaje y el alojamiento y la escasez de hospedaje en Belém han reducido el tamaño de muchas delegaciones. En especial, han entorpecido la participación de la población civil. Para llegar aquí, muchas comunidades y movimientos sociales se han desplazado durante semanas en caravanas, o han tardado días, encadenando transporte tras transporte.
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“Es muy problemático que las comunidades del Sur Global y los pueblos indígenas tengan que pelear para lograr acceder a estos espacios, cuando a los lobbistas se les regala acreditaciones”, argumenta Jameela Joy Reyes, activista climática, abogada y miembro del Manila Observatory especializada en Pérdidas y Daños vinculados al cambio climático. Especialmente, destaca, cuando las más afectadas por la crisis climática son las que nunca la causaron, y en particular mujeres, jóvenes o pueblos originarios, entre otros colectivos.
Incluso las que están participando en esta conferencia lo hacen mientras en sus casas el cambio climático avanza a toda velocidad. Lo sabe por propia experiencia: nacida en Filipinas, estas semanas el país ha sido asolado por un ciclón tropical. Su familia y amistades han podido sobrevivir a este fenómeno, causado por los tifones Uwan (Fung-Wong) y Ting (Kalmaegi), que ha forzado a desplazarse a cerca de un millón y medio de personas, y ha dejado tras su paso muerte, destrucción e incertidumbre. Estos tifones van en aumento a consecuencia de la emergencia climática, explica, y ya han sufrido 21 sólo este año.
Reyes habla de la disonancia de participar en un evento como la COP mientras la casa de sus padres se está inundando, literalmente. “Siento disonancia cognitiva al escuchar hablar de vidas como si pudieran negociarse. Los impactos del cambio climático no son ideas abstractas, son una realidad para cada vez más personas en el Sur Global”, pero las COP no escuchan realmente estas voces, denuncia.