Durante los pasados 24, 25 y 26 de Octubre se celebró en Mondoñedo (Lugo), el 10º Encuentro de Comités europeos de amigos del MST (Movimento dos trabalhadores rurais Sem Terra), con el objetivo de conseguir una articulación en torno a los ejes de trabajo estratégicos del movimiento, como la soberanía alimentaria, el acaparamiento de tierras, la relación entre lo urbano y lo rural, y los feminismos. El encuentro permitió analizar la coyuntura brasileña, europea y estatal, con miembros del MST, de sus comités europeos de apoyo, así como también de la Vía Campesina y del Sindicato Labrego Galego. La cita coincidió con el Foro de la Plataforma Rural, con el que se compartieron enfoques y actividades.
Coyuntura en Brasil
Ante la pequeña agricultura, que produce el 75% de los alimentos (pero que consigue sólo un 25% del financiamiento total) el agronegocio, caracterizado por los grandes latifundios en manos de empresas transnacionales de la mano del capital financiero, deja de producir alimento que cubre necesidades humanas para pasar a producir mercancías enfocadas al lucro privado. Esto trae consigo la mercantilización del alimento y una dinámica de especulación, a través de los stocks, que empeora la vulnerabilidad de la población hambrienta.
Los pequeños productores afrontan el desafío de ser un sector históricamente marginalizado y desatendido por las instituciones. La lucha en este sentido se centra en poder decidir cuanto, cómo, para qué y para quién se producen los alimentos.
Después de tres décadas ocupando tierras, el MST se encuentra en una situación en la que esta estrategia se ve dificultada por el cambio de forma del llamado fazendeiro, o terrateniente, que se va conviertiendo cada vez más en una figura más compleja. Si en su día la reivindicación era ante tierras no productivas y abandonadas que por ley podían ser expropiadas a la propiedad privada y cedidas al asentamiento del MST correspondiente, ahora el desafío reside en enfrentarse a una empresa transnacional que ocupa territorios mucho más extensos que, técnicamente, están en uso; eso sí, a menudo produciendo biocombustibles. Es otras palabras, cultivo intensivo de cereales como la soja para “alimentar” automóviles.
Situación en Europa y el Estado español
La problemática a nivel europeo, abordada por el Sindicato de Obreros del Campo y el Sindicato Labrego Galego, señaló temáticas muy similares. El 50% de la tierra buena pertenece sólo al 2% de los propietarios, a los cuales la Política Agraria Comunitaria (PAC) apoya con generosas ayudas. El acaparamiento de tierras ha aumentado, a causa de, no sólo el agronegocio sino también, los permisos de las empresas extractivas y los nuevos “usos” del suelo con fines energéticos, a través de prácticas agresivas como el fracking. Se desplaza a pequeños campesinos que no reciben ayudas de la PAC, y se prioriza a las empresas transnacionales y a sus prometedoras ganancias.
Continua así el avance de la mercantilización del campo y se pierde por el camino el objetivo de alimentar de forma sana a la ciudadanía. En este sentido a nivel europeo, no sólo se dificulta una reivindicación que viene de lejos -“la tierra es de quien la trabaja”- sinó que también se visten de verde algunas de las escusas para no hacerlo. Prácticas que se identifican con el “acaparamiento verde” están llevando los invernaderos solares a las tierras más productivas, recibiendo a la vez subvenciones de la PAC y también de las renovables. Otras contradicciones de las ayudas de la PAC son las zonas verdes, entre las cuales también cuentan los extensos campos de golf. Estas prácticas plantean serios interrogantes sobre los usos a los que se destina el suelo, y sobre los beneficios y beneficiados por estos. Mientras tanto se calcula que en Europa desaparece un campesino por minuto.
La privatización de tierras es otro aspecto en común a los dos contextos, que en España está afectando actualmente a 20.000 hetáreas de tierras públicas. Las administraciones consiguen dinero de forma relativamente fácil subastándo estos terrenos. Sinembargo las operaciones se realizan de forma que sólo puedan acceder los mismos especuladores. Ante esta situación se han llevado a cabo acciones de ocupación de tierras, que han recibido una respuesta de represión por parte del gobierno y de cuestionamiento por parte de algunos sectores de la población. La ocupación no siempre es vista con buenos ojos por la ciudadanía, pero el debate ha salido a la calle: pasar de pedir derechos a exigirlos, y en exigirlos, estar creando una nueva vía que va más allá del Derecho y de la Ley para llegar a lo “humano”: las necesidades y la firme creencia de que existe una opción más justa con la sociedad y con la naturaleza, a nivel local y global.
Desafíos futuros
Los gobiernos, a través de estrategias como el silencio y la individualización, etc. pueden llevar al desgaste de la población movilizada. Por ese motivo, el MST refuerza la idea de la necesidad de globalizar la lucha y, a nivel brasileño, articular un programa unitario en el que quepan otras luchas que se relacionan con la soberanía alimentaria, por ejemplo incluyendo a la ciudadanía consumidora y a la población urbana.
El capitalismo está tomando nuevas formas. La unificación de los poderes fácticos así como el auge del capital financiero y la disputa por los recursos naturales, llevan a los actores en el poder a jugar con derechos básicos como la alimentación o con el acceso a bienes esenciales para la vida, como la tierra y el agua. En este contexto, los Tratados de Libre Comercio nos llevan, además, a un escenario en que la seguridad jurídica de los grandes capitales transnacionales está por encima de la seguridad jurídica de las personas. El expolio y expropiación que estas dinámicas y mecanismos permiten una nueva forma de explotación de la humanidad que el MST quiere abordar de forma global, para encontrar las formas de lucha adecuadas al momento actual.
Son los pequeños agricultores los que alimentan a la población y enfrían el planeta y los únicos que tienen en sus manos frenar el desastre ecológico: preservando las semillas, la producción localizada y, en definitiva, el derecho a alimentarnos de forma sana, gracias a un trabajo de la tierra realizado de forma digna y respetando y garantizando los recursos para las generaciones futuras.