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El fin del pan con tomate


Gustavo Duch. El Periódico de Catalunya, 12 de mayo de 2014

La historia de los dos camiones que chocaron de frente en una autopista francesa la relató el campesino y filósofo Pierre Rabhi extrañado como quedó al conocer el contenido de las mercancías que quedaron desparramadas. El camión que viajaba de Almería a Holanda transportaba tomates y el que viajaba de Holanda a Barcelona transportaba…tomates.

La retomo porque a mi entender ilustra muy bien la preocupación a la que aquí me voy a referir: si no reaccionamos, en breve, Catalunya no producirá tomates.

Aunque la producción de tomates representa el 20% del total de la producción de hortalizas en Catalunya, con 52.000 toneladas al año, desde el año 2005 hasta el 2012 la producción de tomates ha descendido un 40%. En concreto, y como se explica detalladamente en el informe ‘La Ruta del Tomate’ del Observatori del Deute en la Globalització (ODG) y de la Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas, elaborado por Mónica Vargas y Olivier Chantry, en 2012 se produjeron 32.000 toneladas menos que en 2005.

Un dato ha sido central para entender el porqué las y los campesinos catalanes están dejando de cultivar tomates. Entre junio y septiembre, que es la temporada de producción local de tomates y cuando existe mayor demanda, sus tomates en Mercabarna no se venden, pues enormes camiones, como los que refiere Pierre, ofrecen tomates a 30 céntimos el kilo, un precio por el que a los payeses de aquí, dicen, no les sale a cuenta producir.

La primera hipótesis te hace mirar hacia Almería y sus cultivos bajo plástico o, últimamente, hacia Marruecos, donde se están instalando en grandes fincas, agroindustrias de capital español para replicar el modelo de invernadero en lugares donde la mano de obra es más barata. Sin embargo, es una hipótesis errónea, ya que, gracias a sus condiciones climáticas, estas producciones cubren la demanda de tomates ‘fuera de temporada’ y no hay una competencia directa con la producción catalana.

La mirada hay que ponerla a más de 1.500 kilómetros de distancia pero enfocando hacia el norte. En pleno verano, cuando lo razonable es consumir el tomate que se está produciendo en nuestro territorio, el mercado está siendo inundado por la producción de tomates de Holanda.

Seguro que, como a mi, les sorprende que el país de los tulipanes, donde el clima no es tan propicio para la agricultura como el nuestro, pueda estar desplazando la producción catalana. ¿Cómo consiguen precios tan baratos? ¿Y el transporte? ¿Hay subvenciones que distorsionan y hacen posible este dumping? ¿Tienen variedades más productivas?

Aunque ciertamente sus variedades se despreocupan del sabor para priorizar que puedan resistir largos transportes y muchos días en las estanterías de los supermercados; aunque los cultivos los tienen tan mecanizados y automatizados que casi no hay mano de obra y el empresario agrícola controla la producción desde un teléfono móvil, el elemento más relevante de este disparate alimentario no lo tenemos que buscar fuera, está a pocos kilómetros, en las instalaciones de Mercabarna en la Zona Franca.

Lo hemos explicado en otras ocasiones, la globalización alimentaria se acompaña de una brutal concentración de poder de muy pocas corporaciones en cada uno de los eslabones de la cadena alimentaria. Así por ejemplo, son muy pocas las empresas que controlan el mercado de las semillas, son muy pocas las que controlan la genética animal, son muy pocas las grandes cadenas que han acaparado toda la venta a la población y, fíjense, son muy pocas las que hacen de intermediarias entre productores y minoristas.

Los intermediarios o mayoristas, con sus paradas en el Borne y posteriormente en Mercabarna, y que históricamente han sido señalados por apropiarse de los mejores márgenes agrarios, es también, actualmente, un segmento concentrado en pocas manos. En Mercabarna, las 439 paradas, antes individuales, ahora se las reparten 149 empresas y 11 cooperativas agrícolas y, entre ellas, sólo 20 controlan más de un tercio del total. Es decir, hablamos de pocos mayoristas que distribuyen tal cantidad de mercancía que su rentabilidad depende de operaciones de gran cantidad de género, de un único proveedor, homogéneo y con capacidad de entrega rápida, que les permita reducir los costes de compra, almacenamiento y transporte. Y eso es lo que les ofrece Holanda a diferencia de tener que adquirir tomates de múltiples fincas del colindante Parc Agrari o del Maresme.

El informe referido guarda una cita reveladora del Director General de Mercabarna que en 2006 ya declaraba que “gracias a las economías de escala, es más barato transportar en barco manzanas desde Singapur, que desde Barcelona a Granollers”

Si no queremos renunciar al buen sabor de una pan elaborado con harinas de nuestros campos y unos tomates cultivados en nuestros huertos, manteniendo así un territorio agrícola sano y vivo, es el momento de ignorar economías de escala que conducen directamente hacia un profundo pozo.

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