¿PIB es bienestar?


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Análisis comparado de los indicadores alternativos al Producto Interior Bruto

El último año ha puesto en primer plano la relación entre la economía y el bienestar de la población.
Esta relación es demasiado compleja para ser medida por un instrumento con solo variables económicas como el PIB, por lo que es primordial la búsqueda de indicadores alternativos que analicen los aspectos de bienestar que están siendo dejados de lado. Este artículo presenta brevemente algunos de los que han ganado popularidad en los últimos años, así como propuestas como el Decrecimiento y Desarrollo a Escala Humana que buscan una transformación de la economía al servicio del bienestar. Al mismo tiempo, pone de manifiesto la necesidad de considerar aspectos como el trabajo de cuidados, los servicios del ecosistema y el legado del colonialismo y de incluirlos en el análisis de bienestar real.

La pandemia producida por el COVID-19 ha puesto en jaque a la economía mundial y ha mostrado las brechas sociales que ya existían dentro de cada país y entre ellos con más crueldad. Entre las que han salido a relucir, encontramos: la precariedad de los empleos (al exponer las condiciones de trabajo y con el aumento de la tasa de desempleo); las brechas en el uso y el acceso a la tecnología (debido a la reconfiguración de la interacción); y la desigualdad de género (sobre todo por la sobrecarga de cuidados no remunerados que “tradicionalmente” recae sobre las mujeres).

No obstante, gran parte del debate político parece seguir girando en torno a la fluctuación del PIB, y con los mismos estándares hegemónicos, por lo que la recuperación tan esperada seguirá siendo desigual. Pero ¿qué es exactamente lo que se pretende medir con el PIB?, ¿sirve realmente para medir el bienestar de la sociedad? Su creador, Simon Kuznets (1934), señaló que esta medida era limitada y no se podía inferir sobre el bienestar de una nación partiendo de su ingreso per cápita.

Mientras que la llegada de las vacunas se ve como una luz de esperanza delante de lo vivido por la pandemia, las perturbaciones climáticas continúan sin tregua. Durante el 2020, los fenómenos climáticos extremos como los incendios forestales en Australia (de enero a marzo), las inundaciones repentinas en Indonesia (en enero) y en Afganistán (en agosto), los huracanes en el Atlántico (en agosto y noviembre), el tifón en Filipinas (en noviembre) y el ciclón en Bangladesh e India (en agosto), causaron la pérdida de muchas vidas y afectaron el bienestar de numerosas comunidades de manera paralela a la crisis pandémica. Petteri Talas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), afirmó1 que el cambio climático es un problema que tiene una mayor magnitud, con consecuencias más graves sobre la salud de las personas que el COVID-19, en base a los indicadores climáticos determinados en el último informe de la OMM.

La crisis sanitaria y la ecológica son la consecuencia de un sistema que invisibiliza los efectos negativos de su funcionamiento, por lo que es apremiante hacer un balance no sólo para implementar un sistema económico más equitativo y justo, sino también para pensar críticamente en indicadores que evalúen y establezcan sistemas de producción e intercambio, basados en valores menos mercantilistas y en armonía con los ecosistemas del planeta y los derechos de las personas.

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