Max Carbonell / El turismo o la vida. Trabajo y precariedad en la ciudad neoliberal


Versión en castellano del artículo publicado en catalán en La Directa, el 19 de deciembre de 2019
Autor: Max Carbonell Ballestero
Enlace: https://directa.cat/treball-precari-i-model-turistic-un-tandem-indissociable/

Debido a los procesos de urbanización de los últimos siglos, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, y las previsiones apuntan a un 70% en las próximas dos décadas. Es por ello que los capitales financieros apuntan cada vez más a las ciudades, donde se acumula más valor, ya sea para extraer rentas del suelo -y de aquí vienen las burbujas hipotecarias y del alquiler- o bien del trabajo. Así pues, bajo una lógica neoliberal, las ciudades compiten cada vez más las unas con las otras por un mismo mercado global, y es aquí donde el turismo adquiere un rol cada vez más importante.

El turismo tiene un peso económico y de puestos de trabajo de como mínimo del 10% del total del PIB y de ocupación a nivel mundial, cifras que son más elevadas en lugares como Barcelona, donde en las zonas de alta presión turística como Ciutat Vella se calcula que el turismo es responsable directo de casi uno de cada cuatro puestos de trabajo y de una porción similar del PIB. Estos datos no serían a priori malos, si no fuera porque el monocultivo turístico en una economía (hiper)especializada genera unas dependencias que la hacen más vulnerable. Pero lo peor son los datos que no tenemos y/o aquellos que tienen menos visibilidad, los que muestran la cara «b» de la apuesta urbano-turística del Estado español y de ciudades como Barcelona. Si bien esta apuesta ya viene de lejos, hizo un salto adelante en términos cualitativos y cuantitativos a partir de los juegos olímpicos del 92, y sobre todo desde la crisis de 2008 hasta hoy en día, cuando el turismo se ha convertido en una pista de aterrizaje para capitales internacionales y en una de las estrategias de crecimiento -y de acumulación- preferidas.

Como era de esperar, esto ha generado conflictos sociales importantes, y el caso de la vivienda es uno de paradigmático, con multinacionales como Airbnb y fondos buitre como Blackstone como punta de lanza. Al mismo tiempo también se hace cada vez más evidente la responsabilidad del turismo en el cambio climático, con la aviación o los cruceros como uno de los principales factores detrás de la contaminación en la ciudad de Barcelona. En este sentido, la tarea que llevan haciendo movimientos sociales como el movimiento popular por la vivienda, el movimiento anti-turistización o el movimiento ecologista, tiene un peso importantísimo en el cambio de relato que hemos vivido estos años en lo que se refiere al turismo.

Si hasta hace poco cualquier crítica al modelo turístico, viniera de donde viniera, era tachada de turismofobia por parte de la patronal turística, y ninguneada por la opinión pública mayoritaria, hoy en día ya hay cierto consenso en que el modelo extractivista y de crecimiento ilimitado del turismo es insostenible. Es precisamente con este diagnóstico por bandera que Ada Colau accedió a la alcaldía de la ciudad, que hizo pivotar su plan estratégico del turismo 2015-2020 sobre el concepto de la sostenibildad. Es bajo esta aproximación que se enmarcan medidas como el Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT) o el Plan de Movilidad Urbana, que tuvieron un peso central en la anterior legislatura, si bien se mostraron claramente insuficientes para frenar -y menos aún revertir- los impactos negativos del modelo en temas como la vivienda o la emergencia climática.

No es baladí que hoy en día bajo el paraguas de la sostenibilidad ya se sienta cómoda hasta la propia patronal turística, y es que parece que es en nombre suyo que el nuevo gobierno -con la concejalía de turismo en manos del PSC- pretende hacer políticas para desestacionalizar y descentralizar -pero nunca decrecer- el turismo, así como abrirlo a nuevos mercados como el cultural o el científico. Traducido: extender en el espacio y el tiempo el negocio y sus impactos, o como se acostumbra a llamar, sus «externalidades» (término incluso cínico, puesto que son consecuencias inherentes, «internas», al propio modelo).

En todo caso, durante los últimos años, el relato que relaciona -de forma causal- el modelo turístico con las problemáticas en torno a la vivienda se ha ido imponiendo y hoy es difícil poner en duda como el turismo y el sector financiero colaboran para extraer rentas inmobiliarias cada vez mayores a costa de expulsar la gente de sus casas. Aun así, en cuanto a otra de las estrategias, la de la extracción de las rentas del trabajo, la relación entre el turismo y la precariedad no es tan clara, y eso es lo que aborda el informe ‘Turismo o Vida. Trabajo y precariedad en la ciudad neoliberal’; un estudio del Observatorio de la Deuda en la Globalización que apunta como el modelo turístico dominante se erige y se sostiene principalmente gracias a la imposición de una precariedad estructural creciente de su fuerza de trabajo.

En el neoliberalismo, la tendencia a la desregulación estatal y a la financiarización creciente de la economía ha ido acompañada del ataque a la fuerza de trabajo y de su sumisión a las lógicas especulativas del mercado. Esto ha sucedido de la mano de una transformación del modelo productivo, más flexible, descentralizado y desindustrializado; un modelo donde el sector servicios tiene cada vez más importancia. Y ejemplos son la reforma laboral de 2012 o la aprobación de la Directiva Bolkestein a nivel europeo, ambas en la línea de liberalizar y desregular todavía más el mercado de trabajo.

De hecho, el sector servicios representa el 74% del valor añadido bruto (VAB) y el 76% de la ocupación en el Estado español. Se trata de un sector muy heterogéneo que engloba actividades muy diversas (transporte, educación, hostelería, bancos, etc.), muchas de ellas ligadas al turismo. Las más importantes son el comercio (17% del VAB servicios) y la hostelería y restauración (10%), sectores que requieren mano de obra poco cualificada y que están más expuestos a condiciones laborales adversas y a bajos salarios, como muestra el hecho, por ejemplo, que el promedio de los salarios en la hostelería en Barcelona sea el más bajo de la ciudad, alrededor de 16.708 euros al año, cerca de la mitad del salario medio, de 30.263 euros/año. Y a esto hay que añadir la economía sumergida y a todas aquellas personas que están excluidas del mercado de trabajo o que son directamente trabajadoras pobres (e.g. en el Estado hay más de 2,6 millones de personas trabajadoras pobres, y una de cada cinco personas vive en la pobreza).

Actualmente vivimos una importante transformación del mercado de trabajo, con la amenaza de la automatización y la aparición de nuevas formas de trabajo de la mano de las nuevas tecnologías y la economía de plataformas. Ante esto, instituciones como el Banco Mundial o el FMI ya se posicionan y apuestan por conceptos como la flexiseguridad -que al final conlleva facilidades de despido y pocas garantías legales- y por la creación de nuevas tipologías de trabajo -o directamente la desregulación- para los falsos autónomos, con la precariedad que eso conlleva.
Sorprende que cuando se hable de turismo y trabajo, demasiado a menudo solo se hable de los puestos de trabajo que se generan. También hay que hablar de jornadas intensivas, trabajo a tiempo parcial, salarios bajos, recorte de derechos laborales, problemas de salud causados por la actividad laboral, y de otras situaciones de precariedad, que además se ven agravadas en una fuerza de trabajo con presencia mayoritaria de mujeres, personas racializadas y de origen migrante y/o jóvenes.

El caso de Las Kellys es bien conocido, pero también están el de los riders, los guías turísticos, los trabajadores de museos o el propio sector de la restauración, entre otros. Todos ellos ponen encima de la mesa -con sus luchas concretas- un hilo de precariedad que une a la mayoría de las personas trabajadoras dentro del turismo en nuestra ciudad y en todo el Estado español. Aun así, cuando se visibilizan estos casos, a menudo se desligan de las causas estructurales que hay detrás.

El consorcio de Turismo de Barcelona, que es una fórmula de colaboración publico-privada con financiación principalmente pública pero con gestión mayoritaria del sector privado, es un ejemplo de en manos de quien está el modelo turístico de la ciudad, de la poca voz que tienen las personas trabajadoras en los espacios de decisión, y de la debilidad -cuando no complicidad y connivencia- de las administraciones a la hora de hacer políticas que defiendan y representen a la gente de Barcelona que sufre los impactos de este modelo turístico y no a las empresas que quieren hacer negocio con sus vidas. Trabajo precario y turismo, como vemos, constituyen hoy en día un binomio perfecto en manos del capital, que hace insostenible la vida en nuestras ciudades.

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