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Castor, a todo gas


Escrito por Mònica Guiteras. Publicado en Diagonalperiódico.net el 19/05/2014.

De pequeña me gustaba el gas que teníamos en casa. Me parecía más moderno que el gas butano que usaba mi abuela. Se llamaba "natural" y en el dibujo de las facturas salía una mariposa de colores en intención de levantar el vuelo. Cuando me hice mayor, Gas Natural se fusionó con Fenosa, que no me sonaba tan limpia, y se me rompió un poco el mito del logo "verde".

Hace pocos meses, el almacén submarino de gas natural Castor (capitaneado por el señor Florentino Pérez y su empresa ACS) empezó a ser conocido, desgraciadamente debido a los terremotos ocasionados el pasado mes de septiembre en la zona. Ahora más que nunca, después de que se hayan hecho públicos los informes del Instituto Geográfico Nacional que avalan la correlación entre la inyección de gas y los terremotos, parece que la opinión pública comienza a coincidir en que se han hecho mal las cosas. Además de los estudios de impacto ambiental insuficientes, pero aprobados en su momento, también hay serias dudas sobre las concesiones, los préstamos concedidos y las cláusulas abusivas (que podrían hacer pagar al Estado los 1.700 millones de euros de deuda del proyecto). Parece también que empezamos a entender que somos los garantes de la retribución de este proyecto, a través de nuestras facturas de gas engordadas.

Quizás para que no nos vuelvan a pasar la mano por la cara, hay que plantearse que el problema del proyecto Castor no está tanto en el cómo, sino en el qué. El gas es un hidrocarburo, un recurso finito, y una fuente de energía el control de la cual está centralizado por unos pocos. Su demanda en España lleva cayendo desde 2008, pero aún así se convierte en una fuerte arma geopolítica: parece que ahora más que nunca en nombre de una supuesta "seguridad" energética europea que Ucrania hace tambalear, el Estado español y Cataluña tienen que hacer de corredor del gas europeo, legitimando la explotación de los recursos en terceros países (Argelia en gran parte, como primer abastecedor de gas del Estado) y al mismo tiempo en el propio territorio (donde también se promoverá cada vez más ser extractores/productores).

Y es así como ahora puedo decir bien claro que no me gusta el gas. Mientras algunos asocian el problema del proyecto Castor con cómo se han hecho las cosas, y proponen hacerlo de otras maneras o en otros lugares, yo prefiero cuestionarlo en su integridad, con las políticas (y los políticos) y el modelo energético fósil-dependiente que lo acompaña. Pensemos: estamos anclados por decenios, a comprar y consumir gas, mientras podríamos estar construyendo modelos energéticos menos adictivos y contaminantes, y más democráticos y soberanos.

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