La Unión Europea busca autonomía en la cadena de suministro de tierras raras reactivando la industria de Estonia, pero la apuesta despierta dudas sobre su impacto real en el medio ambiente y su vínculo con el rearme militar. Este es el tercer y último artículo de ‘Un viaje a la ruta europea de las tierras raras: de la mina al imán’, una serie elaborada por Alfons Pérez, investigador en justicia climática del ODG. En estos reportajes nos desplazaremos a lugares tan remotos como el Círculo Polar Ártico sueco y la frontera rusa en Estonia, pasando por las realidades territoriales del último pueblo indígena europeo, el pueblo sami, y la influencia de la ‘old school’ soviética en la novedad europea.
La creación de cadenas de suministro de las tierras raras, lo que en el argot industrial se podría llamar ‘de la mina al imán’, fuera de la órbita china es un asunto de alta prioridad para la Unión Europea. Prácticamente al mismo tiempo que se descubría el depósito de Per Geijer en Kiruna (Suecia), la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, declaraba que el desarrollo de la minería de tierras raras en Groenlandia y la capacidad de procesamiento en Estonia permitirán la primera cadena de suministro europea «de la mina al imán» europea. Pocos meses después se firmaba un acuerdo de asociación estratégica con Groenlandia sobre “cadenas de valor sostenibles de las materias primas”.
La apuesta por los recursos de Groenlandia o Suecia no tendrían sentido sin las capacidades industriales de Estonia, una mezcla de know how soviético e inyección de dinero público europeo que la posicionan en un lugar privilegiado para el procesamiento de tierras raras y la fabricación de imanes permanentes.
¿Quién procesa las tierras raras? Esta es una pregunta clave y tiene una respuesta sencilla: la República Popular China. En 2022, el 85% del procesamiento y separación de las tierras raras se realizó en China, llegando al 91% en 2024. Ese mismo año, un 94% de los imanes permanentes del mundo se fabricaron en la República Popular. De hecho, de los 20 minerales necesarios para la transición energética, China refina más del 90% del galio, grafito, manganeso; más del 70% del silicio, molibdeno, cobalto, telurio, antimonio, germanio, indio y litio; y es la primera de la lista en el procesamiento de titanio, vanadio, tántalo, tungsteno, cobre, cromo y zirconio. El único elemento que no lidera es el níquel, con Indonesia a la cabeza, pero China está segunda. Resumiendo: el procesamiento de las materias primas fundamentales es un cuello de botella controlado por China, especialmente para las tierras raras.
Habitar Sillamäe, aunque sea por unos días, es sentir que el área de influencia rusa traspasa las fronteras de la Unión Europea. Situada en el condado de Ida Viru, al noreste de Estonia, en la costa sur del Golfo de Finlandia, a Sillamäe solo la separan 25 kilómetros de la frontera con la Federación Rusa. Un 95% de sus poco más de 12.000 habitantes tiene como primera lengua el ruso y el 45% tiene ciudadanía rusa; el ambiente es marcadamente soviético, la cartelería está en ruso y algunos nombres de calles como Gagarin no se aceptarían en otras ciudades de Estonia.
La influencia rusa viene de lejos porque durante el período soviético Sillamäe se convirtió en un importante centro industrial cerrado debido a su papel estratégico en el procesamiento de minerales. A finales de la década de 1940, la ciudad albergó una planta metalúrgica destinada a extraer uranio a partir de pizarra local para el programa nuclear soviético. Esta actividad, altamente secreta, transformó el pequeño asentamiento costero en una ciudad industrial de acceso restringido, donde vivían y trabajaban científicos, ingenieros y obreros vinculados al complejo atómico. Sillamäe no aparecía en los mapas por el sistema soviético de encubrimiento toponímico, no tenía código postal y tuvo diferentes nombres codificados como Moscú 400 o Leningrado 1.
Tras la independencia de Estonia en 1991, la industria de Sillamäe se reorientó hacia usos civiles. La antigua planta soviética fue reconvertida en la empresa Silmet, que hoy pertenece al grupo canadiense Neo Performance Materials (NPM). Silmet se especializa en el procesamiento y separación de metales como el niobio y el tántalo, y tierras raras. La ciudad ha pasado así de ser un enclave nuclear secreto a utilizar el know how soviético para la cadena de suministro europea de materiales fundamentales.
Hoy en día, NPM-Silmet es la única planta de Occidente capaz de transformar de manera eficiente el concentrado de minerales de tierras raras en óxidos a gran escala. Fabrican óxidos, carbonatos, metales puros y aleaciones de metales tales como niobio, tántalo, y de tierras raras como lantano, cerio, praseodimio, neodimio, samario, europio, gadolinio. Estos productos se utilizan para las superaleaciones de la aeronáutica, imagen médica, pantallas planas, tecnologías inalámbricas, iluminación LED, energía solar, aditivos para acero, baterías, aplicaciones electrónicas, etc. En relación con las tierras raras y explicado de manera sencilla, Silmet es capaz de procesar los insumos necesarios para la fabricación de imanes permanentes.
El grupo canadiense NPM asegura que las materias primas proceden de Australia y Malasia, entre otros proveedores pero, a su vez, ha adquirido la licencia de exploración del complejo Sarfartoq en el suroeste de Groenlandia de parte de Hudson Resources por un valor de 3,5 millones de dólares, tras obtener la aprobación del Gobierno groenlandés para la transferencia. Además, NPM ha llegado a un acuerdo con la empresa estadounidense Energy Fuels para procesar tierras raras de los EE. UU. y Madagascar.