La COP fracasa en un nuevo intento de frenar la emergencia climática


Diez años después del histórico Acuerdo de París, la financiación y el abandono de los combustibles fósiles brillan por su ausencia en los acuerdos finales

Artículo de Clàudia Custodio Martínez, investigadora en justicia climática del Observatori del Deute en la Globalització

La Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en su trigésima edición (popularmente conocida como la COP30) acabó la tarde del sábado 22 de noviembre con un día entero de retraso y mucho descontento. La sensación de vacío al acabar una cumbre es recurrente. Dos semanas de reuniones, protestas, carreras por pasillos sin luz, temperaturas tropicales y aires acondicionados exageradamente desajustados se acaban con acuerdos decepcionantes. ¿Qué ha pasado en Belém, la ciudad brasileña que nos acogía? ¿Podemos decir que se ha avanzado en la lucha contra el cambio climático?

Las cumbres por el cambio climático, que se celebran desde 1995, son el único espacio de coordinación entre países para ponerle remedio. Todos los estados del mundo (reconocidos por las Naciones Unidas) tienen voz y las decisiones se adoptan por consenso. Además de los países, participan organizaciones de la sociedad civil, empresas, universidades, representantes de gobiernos locales, medios de comunicación… en calidad de observadores. Aun así, después de treinta años con avances insuficientes y en un contexto de escalada de las tensiones geopolíticas, las COP han perdido legitimidad. La retirada de los Estados Unidos, el principal emisor histórico de gases de efecto invernadero, es una muestra más de cómo el multilateralismo se tambalea. Es en este contexto en el que hay que entender los resultados de la COP30. El rol de la presidencia, que este año ha sido Brasil, es navegar por las diferencias entre países para conseguir llegar a acuerdos y avanzar hacia los objetivos de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC).

Esta cumbre se ha caracterizado por su opacidad en el proceso

En contraste con la gravedad de la crisis climática, los acuerdos de las cumbres del clima se caracterizan por la ambigüedad y la falta de concreción. Las decisiones por consenso aguan los textos hasta que son aceptados por todas las partes. Visto desde fuera, cuesta de entender que la batalla sea sobre los verbos y conceptos que aparecen en el texto final. El lenguaje, en el ámbito de las Naciones Unidas, sí que importa. Un análisis de Carbon Brief del acuerdo marco (el Mutirao) de esta COP lo explica muy bien: de 101 verbos, 69 no son activos. Eso quiere decir, básicamente, que implican no tener que hacer nada. Por ejemplo: “Reconocer la importancia de la ciencia del IPCC para la acción climática” quiere decir eso, “reconocerla”, no actuar en consecuencia.

El incendio del penúltimo día de negociaciones añadió dramatismo a una COP que, ante la falta de información, estaba perdiendo interés mediático. Efectivamente, esta cumbre se ha caracterizado por su opacidad en el proceso: las negociaciones a puerta cerrada se han justificado como shuttle diplomacy (que se traduciría como “diplomacia de lanzadera”) por parte de la presidencia, una estrategia para negociar entre países con tensiones geopolíticas evidentes. Este método ha obstaculizado el trabajo de las observadoras, que no hemos podido acceder a los textos que se tenían que aprobar antes de las versiones más o menos finales. A su vez, tampoco ha servido para desencallar los temas controvertidos.

A alguien que no siga las negociaciones de las COP, le puede sorprender que la causa principal del calentamiento global —la quema de combustibles fósiles— no sea parte de los acuerdos finales. Esto no es una novedad de esta cumbre; de hecho, ni siquiera los menciona el Acuerdo de París. Ahora bien, en la COP28 de Dubai se consiguió reconocer la voluntad de “transicionar para dejar atrás los combustibles fósiles” (en inglés, transition away from fossil fuels). En esta cumbre, Lula anunció que tendríamos una hoja de ruta para implementar esta transición. La pugna para conseguirlo ha quedado en papel mojado: a pesar de que más de 80 países se mostraron a favor, las 193 partes negociantes no llegaron a un consenso (por la oposición de países como Rusia o Arabia Saudí) y ha desaparecido cualquier referencia a los combustibles fósiles. Todo el mundo se quedó conmocionado en la plenaria final, cuando Colombia dijo que rechazaba aprobar el programa de trabajo de mitigación (el paquete que en principio debía servir para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero) si no incluía el reconocimiento de que los combustibles fósiles se tienen que abandonar para conseguirlo. Después del alboroto y una hora de pausa para hacer consultas, la presidencia desestimó la solicitud de Colombia, alegando que se había expresado tarde y que, por lo tanto, los documentos ya estaban aprobados. Por su parte, Colombia ya había anunciado que organizaría el primer congreso internacional para abandonar los combustibles fósiles… Y que vaya quien quiera.

Tampoco se ha conseguido garantizar la financiación necesaria

Otro de los temas centrales de esta COP era acordar una lista de indicadores para medir la adaptación al cambio climático. Finalmente, se han aprobado 59, que varios países consideran insuficientes y poco concretos. Además, tampoco se ha conseguido garantizar la financiación necesaria: adaptarnos al cambio climático es una cuestión de supervivencia y sí, cuesta dinero. Lo sabemos muy bien cuando hablamos de adaptar edificios para que se conviertan en refugios climáticos o de prevenir desastres como la dana que arrasó el País Valenciano. Aun así, los países del Norte Global se han negado a comprometerse a aportar lo que se pedía. El texto final hace un llamamiento a los países enriquecidos a triplicar los fondos existentes para la adaptación hasta 2035, sin especificar cuál es el punto de partida y usando un lenguaje muy vago.

Brasil no ha conseguido ni siquiera un compromiso para frenar la deforestación —se necesitaba algo más que situar la COP en medio de la Amazonas. Al inicio de la cumbre, se presentó un fondo para proteger los bosques en zonas tropicales (TFFF, Tropical Monte Forever Facility), al que se han sumado algunos países. Aun así, es un fondo de carácter voluntario, que cuenta con la inversión de capital privado y que ha sido cuestionado por la sociedad civil por basarse en mecanismos de mercado para conseguir la financiación. En cambio, una hoja de ruta para frenar la deforestación, que sería más efectiva, ha quedado fuera de los resultados finales de la COP30.

No nos queda más remedio que continuar organizándonos para avanzar hacia la justicia climática

Ante este panorama poco esperanzador, la buena noticia de la COP30 ha sido la aprobación de un mecanismo de coordinación para la transición justa. Esto se ha conseguido gracias al trabajo incansable de la sociedad civil que ha celebrado con creces el acuerdo de “desarrollar” el mecanismo. Para desencallar el abandono de los combustibles fósiles, hace falta una transición justa que garantice que nadie queda atrás. Es la primera vez que se incluye la protección de derechos (laborales, humanos, en un medio ambiente sano, el consentimiento libre, previo e informado…) de este nivel en el resultado de una COP. Si bien es preocupante que se haya eliminado del texto final la mención a los minerales críticos y a los impactos de su extracción, por las presiones de países como Rusia y China, hay otros muchos elementos que son motivo de celebración. El mecanismo de transición justa es el primer paso para poner la justicia social en el centro de la acción climática.

También tenemos que celebrar que la Cumbre de los Pueblos haya reunido a más de 10.000 activistas que consideran que la crisis climática no se solucionará en negociaciones de élite. Hacía cuatro años que no tenía lugar una cumbre de la sociedad civil en paralelo a la COP, puesto que los últimos tres años los países anfitriones no lo han permitido. Esta contracumbre ha sido muy potente, con una presencia amplia de los movimientos sociales y las comunidades indígenas de todo Brasil, pero sobre todo del Amazonas. La defensa de los derechos territoriales ha sido central en la articulación de las demandas, e incluso se ha conseguido que Brasil se viera obligado a reconocer diez nuevas demarcaciones indígenas en su territorio.

Hace diez años, en París, salimos a las calles por la justicia climática y se llegó a un acuerdo histórico. Un acuerdo con muchas lagunas y que, de hecho, no menciona los combustibles fósiles. Pero un acuerdo que, al fin y al cabo, ratificaron todos los países y que ha servido de referencia en el camino tortuoso de abordar la emergencia climática. La COP30 de Brasil no ha estado a la altura, y ha puesto de manifiesto que hacen falta cambios, también en el funcionamiento de las COP. Pero abandonar del todo el multilateralismo tampoco es una opción ante una crisis global. No nos queda más remedio que continuar organizándonos para avanzar hacia la justicia climática en un contexto hostil.

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