Desde diferentes organismos internacionales, como es el caso de la Comisión Europea (CE), se está promoviendo el gas natural como el combustible de ‘transición’ hacia las energías renovables, ya que es el combustible fósil que cuenta con el factor de emisión más bajo en su combustión. Pero esta decisión genera controversia porque se fundamenta en un análisis simplista y ha tomado sin haber evaluado rigurosamente las fugas producidas a lo largo de la cadena de suministro del gas natural.
¿Qué tiene de natural el «gas natural»?
El nombre de «gas natural» puede llevar a equívoco, ya que enmascara el hecho de que este combustible fósil está compuesto principalmente por metano, aproximadamente el 90%. El metano es un gas de efecto invernadero con un potencial de cambio climático igual a 86. Esto significa que un kilogramo de metano emitido a la atmósfera es equivalente a emitir 86 de CO2. Es de hecho, el segundo gas de efecto invernadero que más ha contribuido al calentamiento global históricamente.
Sin embargo, el factor con mayor peso a la hora de evaluar el potencial de cambio climático es la escala de tiempo. En los tratados internacionales se utiliza una escala de tiempo de 100 años como valor estándar para la toma de decisiones sobre aspectos relacionados con la evaluación climática de los recursos energéticos. Esta estandarización hace que el metano, se le esté evaluando en una escala de tiempo que no se corresponde con su tiempo de permanencia en la atmósfera, que es de 12 años, lo que distorsiona el cálculo y subestima su impacto real. Además, el grupo de expertos asignados para que traten las temáticas referentes al cambio climático -el IPCC-, especifican que la estandarización realizada es errónea y no tiene ningún fundamento científico.
Además, debido al alto potencial de cambio climático del metano, se cree imperante que se incorpore en la evaluación climática de los combustibles fósiles las fugas producidas a lo largo de su cadena de suministro. Pero eso no es todo, actualmente nos encontramos en un escenario donde hay una falta de consenso científico sobre la cantidad de fugas que se producen en las diferentes etapas y operaciones y donde es la misma industria gasística la que determina en qué infraestructuras se pueden realizar las medidas, sin dejar que intervengan científicos independientes.
¿Cuál es el viaje que hace el gas natural para llegar a nuestros hogares y cuál es su impacto climático?
Nos puede llegar por gasoducto o por barco, pero en cualquier caso, nos llega de muy lejos, ya que Cataluña no tiene extracción doméstica de gas natural. Los gasoductos son el método de transporte de gas natural más habitual, pero este combustible fósil también puede transportarse en barco, en estado líquido. Con el fin de transformar el gas natural de estado gaseoso a líquido, se le hacer pasar por un proceso de criogenización muy costoso energéticamente, ya que este se debe enfriar hasta unos -160ºC, reduciendo 600 veces su volumen. Este proceso se lleva a cabo en la planta liqüefactora que se encuentra en el puerto de salida, mientras que en el puerto de destino se encuentra la planta regasificadora que lo devuelve a estado gaseoso y lo inyecta a la red de gasoductos para que llegue a los consumidores .
El GNL -la manera de nombrar el gas natural liquat-, ha permitido que países exportadores muy alejados geográficamente de la Unión Europea, hayan podido incluirla dentro de su lista de clientes. El mercado europeo del GNL en el año 2016 ha contado entre sus principales exportadores con Argelia, Qatar y Nigeria. Como en muchos otros casos dentro del régimen fósil, son países con gobiernos corruptos y/o autoritarios que se nutren de la venta de hidorcarburos. En el año 2016 se produjeron 664 tránsitos que tuvieron como destino la UE, 44 de los cuales llegaron a la planta regasificadora que se encuentra en el Puerto de Barcelona, provenientes de Nigeria, Qatar, Noruega y Argelia.
La planta del Puerto de Barcelona es una de los más antigüas de Europa, construida en 1968. Tiene una gran importancia porque cuenta con una capacidad de importación que representa casi el 25% de la capacidad del Estado español y más del 8% de la europea. Sin embargo, sufre un mal que se repite en muchas de las plantas importadoras europeas, y es que su grado de utilización es muy bajo, ya que en los últimos años se ha mantenido entre el 15% y el 20% de su capacidad. Esta infra-utilización es fruto de una proyección interesadamente optimista que se viene dando en los últimos años sobre su demanda. Pero esto no termina aquí, ya que la CE está promoviendo la denominada Unión de la Energía que pretende extender la actual red de transporte de gas natural y diversificar los exportadores para dejar de depender del gas ruso, promoviendo infraestructuras innecesarias financiadas con dinero de la ciudadanía europea, que quedarán obsoletas antes de que sean amortizadas. Además, son extremadamente caras, ya que nos costarán cientos de miles de millones de euros públicos.
Aunque desde los Estados Unidos (EE.UU.) sólo han llegado cinco barcos hasta la UE durante el año 2016, los nuevos yacimientos y reservorios que se han encontrado en su territorio, y la llegada del administración Trump, los posiciona como uno de los mayores exportadores de GNL en los próximos años. Cabe destacar que los EE.UU. es el único país que exporta gas no convencional -como es el caso del gas natural extraído con la técnica del fracking-, cuya explotación supone un mayor impacto climático que el convencional.
Una de las finalidades que se le quiere dar internacionalmente al gas natural es que cubra la demanda energética que genera actualmente el carbón. Pero hay que poner mucha atención a todo lo que enmascara la narrativa «verde» de este gas y sus intereses económicos y geoestratégicos. Un estudio de referencia apunta que si a lo largo de la cadena de suministro del gas natural se producen más de un 3% de fugas respecto a lo que se quema para generar electricidad, este deja de tener un beneficio climático respecto al carbón. Para que nos hagamos una idea del impacto que supondría importar GNL desde los EE.UU, este porcentaje de fugas podría llegar hasta el 7,9%. Además, un solo tránsito desde Sabine Pass -el principal puerto exportador de gas no convencional de los EE.UU.- hasta la UE puede llega a llevar asociadas las emisiones que generan durante todo un año 65.000 ciudadanos europeos.
¿Ante estos datos, podemos considerar el gas natural un amigo climático?
¿O debemos ser más cuidadosos con el uso del lenguaje y llamarle gas fósil?
Nos va el clima en esta apuesta, además de billones de euros públicos que se invierten en infraestructuras gasísticas caras e infra-utilizadas. El gas natural sólo ayuda a perpetuar un modelo fósil que obstaculiza el desarrollo de una transición energética real, que ponga a las personas y el medio-ambiente en el centro. Y no hay que olvidar que el control de las reservas de combustibles fósiles en los países del Sur Global suelen estar en manos de gobiernos represivos, bajo regímenes autoritarios.